Francisco Rivera Ordóñez ( Madrid, 1974)
Lleva el toreo en la sangre porque para eso es hijo de Francisco Rivera “Paquirri” y nieto de Antonio Ordóñez. Este alto linaje taurino rodeó de una inusitada expectación los primeros pasos del que también es sobrino-nieto de Luís Miguel Dominguín.
Cuando Rivera Ordóñez decidió seguir la estela de la saga torera que le dio la vida, conmocionó al mundo taurino, que, desde su debut sin picadores en Ronda el 7 de agosto de 1991, quiso saber cómo era la rama nacida de tan importante tronco torero. Esa tarde, a plaza llena, y acompañado por Chicuelo y Javier Conde, Francisco comenzó a mostrar sus razones en el ruedo y a justificar la expectación creada. Los que asistieron – Ordóñez y Luís Miguel no lo perdían de vista desde el callejón- se quedaron aquel día con la raza y el valor de un recién nacido para la tauromaquia, sólidos pilares en los que iba a apoyar su paso por el toreo.
También Ronda le vio debutar con picadores el 21 de mayo de 1992. Su presencia en plazas y ferias de responsabilidad –entre ellas Sevilla y Madrid- le coloca ante los ojos y el juicio de la afición y la crítica, que quieren ver en él cosas de su padre o de su abuelo, sin apreciar todavía que estaban ante un torero distinto. Esto empieza a suceder tras su alternativa. Aquella tarde del 23 de abril de 1995 entró a la Maestranza con el paso de su imponente ascendencia torera sobre la espalda y salió de ella como un torero nuevo. Fueron testigos de este triunfo Espartaco y Jesulín de Ubrique y los toros llevaron el hierro de Torrestrella. Llegó siendo Rivera Ordóñez, hijo y nieto de dos figuras del toreo, y salió siendo sencillamente Francisco. El público entendió la identidad de un torero nuevo y se ilusionó profundamente con él.
Desde aquella tarde de abril y su nuevo triunfo tres días después ante el toro de Sánchez Ybargüen, al que cortó las dos orejas en la Maestranza, Rivera Ordóñez adopta por méritos propios el grado de figura del toreo. Su capacidad, su raza, su valor, su poder, la verdad y profundidad de su toreo, sin artificios, sin concesiones a la galería, le llevan a conseguir las cotas más altas a las que un torero puede aspirar. Es de los pocos que lo han logrado tan pronto en la historia de la Tauromaquia, de ahí que de nuevo tenga que soportar el peso de una gran responsabilidad a las primeras de cambio, a lo mejor sin poseer todavía el oficio suficiente para estar en la cima y medirse con quienes en ese momento la ocupan. No importa, Rivera Ordóñez suple la inexperiencia con una raza que cautiva al público y en sus dos primeras campañas como matador se muestra intratable. La frescura y la verdad de su toreo movilizan a la afición, que añora la presencia de toreros capaces de darlo todo en el ruedo.
El 23 de mayo de 1996 llega otra dura prueba: la confirmación en Madrid con los dos toreros que rivalizan por empuñar el cetro de la fiesta, Joselito y Enrique Ponce. En los chiqueros, una corrida impresionante de Samuel Flores.
Rivera responde de nuevo con raza, y esta vez con un profundo toreo al natural, al vacío que intentan hacerle sus compañeros de cartel durante un tercio de quites. Lejos de ser anulado, se gana el respeto de Madrid y da una vuelta a ruedo esa tarde. La oreja que corta días después en esa misma plaza a un toro de Los Bayones le coloca en el cartel de moda esa temporada- que bautizan como el de “Los tres tenores”: Joselito, Ponce y Rivera-, en la que demuestra un alto rendimiento y una regularidad sorprendente en un matador de tan corto bagaje. Hasta 101 tardes torea ese año.
En 1997 mantiene el tono, aunque la espada le priva de más y mayores triunfos, entre ellos una Puerta del Príncipe en Sevilla que rozó con la yema de los dedos. Pero no se le resisten plazas como Valencia, Zaragoza, Málaga, donde corta cinco orejas en dos tardes, Barcelona, Jerez, Toledo ,Bilbao, Murcia, Coruña. Una lesión de ligamentos le obliga a cortar la temporada y 1998 no es un año fácil pese a estabilizarse en torno a las 90 corridas. Con todo, Rivera no declina en su empeño de estar arriba y, pese a malos lotes y continuos pinchazos, torea muy bien a un ejemplar de Manolo González en Sevilla y se juega la vida en Pamplona, donde corta dos orejas a un toro del Marqués de Domecq. De muchas de estas ferias es proclamado triunfador.
Ni las lesiones ni la irrupción de nuevos nombres y figuras merman su cartel. Rivera sigue en primera línea hasta nuestros días, su nombre es todavía pieza clave en las principales ferias, aunque a partir del año 2000 acortara su número de actuaciones, más preocupado de ordenar sus ideas como torero y afinar si tauromaquia, en definitiva de buscar en su interior el toreo que más le llena. Sus formas se han depurado mucho en las últimas temporadas, en las que ha aparecido un Rivera más en Ordóñez, más estético más reposado, más profundo, una vez superadas tensiones y el agobio que conlleva la lucha por estar en lo más alto.
Francisco Rivera, ha seguido cosechando triunfos, entre ellos en Madrid (2001), toreando al natural un toro de Manolo González, su buen paso por ese mismo ciclo madrileño en 2002, en Sevilla, desorejando en la feria de abril de 2005 a un toro de Jandilla o en Córdoba en 2008, proclamándose triunfador de la feria. Cabe destacar sus importantes triunfos durante estos años en la Plaza de Toros de Ronda, donde en la edición de 2002, ejecutó un toreo suave y elegante, dando muestras de la calidad que atesora. La Corrida Goyesca de ese año confirma una nueva dimensión en el toreo de Rivera Ordóñez. Pocas veces el aficionado habrá asistido a una tarde con tantas connotaciones emotivas como aquella, con tanta carga histórica. El toreo de Rivera aquel 7 de septiembre fue un reencuentro generacional, un homenaje a los suyos.
Rivera, recogió el testigo dejado por el Maestro y abuelo Antonio Ordóñez en la organización de la Corrida Goyesca, consiguiendo mantener el prestigio de esta corrida.
Francisco Rivera es un torero solidario, habiendo toreado infinidad de festivales cada vez que se le ha pedido. En 2008, Rivera Ordóñez, celebró su corrida número 1000, (al alcance de pocos) encerrándose con seis toros. Los beneficios de tal corrida fueron destinadas a la lucha contra la Fibrosis Quística.
Francisco Rivera Ordóñez, ha depurado su técnica con el paso de los años y se muestra como un torero completo en todos los tercios de la lidia, siendo reclamado para formar cartel de manera indispensable en muchas de las ferias taurinas de España y América.
Durante su trayectoria le han sido concedido numerosos premios. Cabe destacar la concesión de la Medalla de Oro de las Bellas Artes 2008, otorgada por el Ministerio de Cultura.